Detrás de la tremenda transformación digital de la última década hay un profundo cambio de mentalidad que se podría resumir en el paso de la meritocracia a una nueva Talentocracia. Antes importaban los méritos que lograbas y ahora el talento que eres capaz de utilizar para crear cosas de valor para la sociedad.
El mundo del Capitalismo se basaba en lograr méritos, premios y reconocimiento externo. Esa es la base de la meritocracia, la selección social o jerarquización social por la valoración de un tipo de méritos para el desempeño de puestos de gobierno, laborales, económicos y sociales. La meritocracia ha convertido nuestra sociedad en una competición constante, en una lucha que, inevitablemente, genera vencedores y perdedores.
Todo empieza en la escuela en la que hay que lograr las mejores notas, en ser el mejor demostrando que has aprendido, o mejor dicho que eres capaz de reproducir, las explicaciones del profesor o profesora. De manera que nos pasamos después toda la vida comparándonos con los demás. Inconscientemente, dejamos de valorar todo lo bueno que tiene cada persona y ponemos la energía en lo que nos falta para ser como vemos que son las personas que tenemos alrededor.
Para el modo de vida industrial, las personas eran meras piezas en la cadena de montaje. Cuando una no funcionaba, se la reemplazaba por otra. Todavía esa forma de pensar impera mayoritariamente en los departamentos de Recursos Humanos, que han dedicado mucha más energía a buscar al candidato perfecto para cubrir una vacante que en potenciar los dones de los miembros del equipo. De hecho, se pasan más tiempo en los juzgados litigando que escuchando las necesidades de las personas. Pero, esa forma de actuar se cuestiona más cada día. Muchas empresas ya no hablan de Recursos Humanos sino de Departamento de Personas o de Talento. Es el paso obligado de la Meritocracia a la Talentocracia
¿Por qué es necesario un cambio de mentalidad?
La razón es simple. El mundo para el que se pensó el sistema de educación del último siglo está caduco y en vías de extinción por la aparición de Internet y el posterior tsunami tecnológico. Las tareas a las que se enfrentan las organizaciones ya no son repetitivas, ni el objetivo es ser más eficiente. El mundo ésta cambiando constantemente y lo que se requiere ahora es saber adaptarse al cambio rápidamente. Para ello, es preciso formas de trabajar que permitan aprendizajes rápidos y aprovechar los conocimientos y sabiduría de todos los miembros de una organización.
Para entender la necesidad de este cambio, quiero hacerte una distinción, eso que les gusta tanto a los coach: quiero hablarte de la distinción entre competencia y habilidad. La capacidad es el desempeño de un trabajo a través de comportamientos demostrables; una habilidad es la destreza de una persona para hacer una cosa correctamente y con facilidad.
El mundo industrial buscaba personas capacitadas para realizar una función. En su momento, fue también toda una revolución. La valía de las personas ya no está en el color de su sangre o el abolengo de sus apellidos sino en su capacidad. Para triunfar en una sociedad no es imprescindible el origen de tu cuna sino el valor de tu trabajo. Ese es el fundamento del capitalismo y del mundo contemporáneo.
Varios siglos después también somos capaces de reconocer las sombras de esa forma de concebir la sociedad: casi el 90 % de las personas en edad de trabajar no están contentas con su trabajo. Es un gran esfuerzo cuando cada día tienes que sacar de dentro algo que no llevas, simplemente porque eres tú el que tiene que hacer ejercicios de contorsionismo para adaptarse a lo que la sociedad o una organización requiere.
Para responder a la nueva sociedad cambiante se requiere creatividad, soluciones novedosas a problemas inéditos. Este es el tiempo de la talentocracia. El de reconocer que las personas no somos iguales sino que cada una tenemos un don único que hay que liberar y potenciar para aportar el máximo a la sociedad.
La gran aventura de nuestra vida debería ser el descubrimiento de todo aquello que nos hace únicos, sentirnos orgullosos por ser así y vivir auténticamente esa forma de ser que tenemos cada uno. En definitiva, vivir la vida a la que estamos destinados: vivir nuestra vida y no la de otros.
Ahora, el aprendizaje se enfoca más en potenciar habilidades, en dar brillo a las personas. Eso es lo que se demanda para responder a la complejidad.
El mayor reto de la talentocracia
Si todos somos seres únicos, ya no hay nadie más importante que nadie, ni tampoco menos. Por tanto, es necesario establecer relaciones entre personas equivalentes, es decir, que tienen la misma valía por el simple hecho de ser personas.
La buena noticia de ser un ser único es que ya no tienes que luchar cada día por ser perfecto o el mejor. Ya lo eres. ¡Menuda liberación! La mala noticia es que tienes que descubrir en qué.
Y, lo más importante, en una talentocracia las relaciones entre las personas son de igual a igual, de adulto a adulto. Para muchas personas, la talentocracia ya forma parte de su vida. Sobran los jefes protectores o dictadores, esos que se ponen por encima de sus empleados. Ahora, el reto es reconocer que no lo sabes todo y que las relaciones entre las personas se basan en el valor principal de la talentocracia: el respeto. Por eso se ha puesto de moda, el lider-coach, porque un coach acompaña, te reta, te muestra los ángulos ocultos de tu visión, pero, en ningún caso juzga o es un salvador.
De igual modo, la talentocracia obliga a ejercer la responsabilidad personal. A lo que también llamamos el liderazgo interior. Y tenemos tanto que aprender sobre esto. Ya no vale quejarse ni ir de víctimas por la vida. Cuando se es una persona única, se tienen todos los derechos, pero también las obligaciones. Y, entre ellas, está poner a funcionar esas habilidades únicas que la vida te ha dado. Se trata de cambiar las excusas por las acciones.
La cultura de la autenticidad
Si la meritocracia obligaba a una cultura del esfuerzo, la talentocracia trae consigo una nueva cultura: la de la responsabilidad y la autenticidad. La primera responsabilidad es con uno mismo, con ser lo que piensas y actuar de ese modo. A eso se le llama autencidad.
En un mundo en el que el qué lo hacen mejor las máquinas y el cómo los chinos, la única vía de diferenciarse está en el porqué: en ser auténtico. En perseguir unos valores que comparten los clientes y porque cada acción, cada decisión que una persona (u organización) toma está en coherencia con esos valores. Es la cultura de la autenticidad, la que practican personas únicas, que ejercen su responsabilidad y se tratan con respeto. En definitiva, que han pasado de la meritocracia a la talentocracia.
QUÉ HABILIDADES DEMANDA LA NUEVA TALENTOCRACIA
En la Talentocracia se requiere capacidad para aprender nuevas capacidades y aportar valor con ellos. Las habilidades que demanda la Talentocracia son aquellas que nos preparan para responder a las preguntas del futuro, para las que que no valen conocimientos con las respuestas del pasado. Lo que importa es lo que eres capaz de hacer; no tanto lo que has hecho. Para eso es necesario habilidades como las siguientes que propuso Stephen Collins en el Pasaporte de habilidades para un trabajador del conocimiento 2.0:
- Pensamiento creativo. Hasta ahora nos pedían obedecer, ahora se trata de responder esa creatividad que teníamos cuando eramos niños y dejamos dormir.
- Agilidad. La capacidad para aprender rápido y desarrollar productos y proyectos rápidamente y flexibles ante los cambios.
- Aprender de los errores. La meta-cognición, que llega con la retroalimentación, es la forma más barata y simple de aprender. Sobre todo, cuando algo no sale como querías.