Las organizaciones ámbar viven en un mundo de estabilidad y certidumbre. Tienen capas que se aplican formando una pirámide jerárquica. Todo el mundo sabe lo que se espera de su papel. Los rituales y procesos estables se encargan de que la vida resulte predecible para todos. Este es el estilo típico de liderazgo del Ejército, la Administración o la Iglesia católica.
Su virtud principal es aportar estabilidad y certidumbre. Su sombra: a menudo, las organizaciones ámbar operan con la suposición de que hay una manera correcta de hacer las cosas, que el mundo es (o debe ser) inmutable, y que el empleo para toda la vida ha de ser norma. Cuando el mundo cambia, les cuesta aceptar la necesidad de cambio y adaptarse a él.
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Siguen patrones que se repiten periódicamente, como las cosechas en las sociedades agrarias. Una vez que se han fijado los procesos, el conocimiento está en la organización y no depende de ninguna persona.
Aparecen los títulos formales y las jerarquías. El pensamiento ocurre arriba y la ejecución abajo. Las personas se identifican con su función y su lugar en el organigrama. Es el secreto de su éxito.
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